Boletín interactivo del Centro Internacional de Investigaciones y estudios Transdisciplinarios (CIRET) nº 19 – Julio 2007
Es tiempo para el diálogo. El diálogo entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones es de la mayor urgencia, si queremos evitar dramas sangrientos en primera plana de la actualidad.
Un tema de encuentro se impone: el del “arte de morir” de los grandes textos presentados en “El libro de los muertos”, el Bardo-Thödol” tibetano, el Libro de los muertos de los antiguos egipcios y el “Ars-Moriendi cristiano[1]
La muerte es lo que irremediablemente tenemos en común, y tenemos formas muy diversas de celebrarla, de acompañarla, de esperarla o de temerla. Es el tema de nuestras convergencias más sencillas y de nuestras oposiciones más flagrantes.
De nuevo, nos hace falta aprender a no mezclar y a no oponer, sino a “distinguir para unir”, si queremos evitar sincretismos y sectarismos.
Más allá de nuestra diversidad de razas, religiones, medios sociales, es bueno recordar que todos somos “color de piel” o color “barro” (adamah en hebreo); de este modo el interés de estos libros no es sólo enriquecer nuestra erudición, como lo haría un libro de antropología clásica o de etnología, sino abrir nuestra conciencia y nuestra responsabilidad frente al tema de la muerte.
Aun teniendo en cuenta los a priori y las consecuencias de un humanismo cerrado y desesperado, nos invitan sobre todo a un “humanismo abierto”, en donde el hombre no se reduciría a la suma de los elementos que lo componen, como ya han señalado Elisabeth Kübler-Ross y Marie de Hennezel, la muerte es “el momento más alto de nuestra vida” y la ocasión quizás de “pasar” a otra frecuencia. Este “paso” no le quita ni intensidad ni sinceridad del drama que puede vivirse en ese momento : en presencia del sufrimiento y de la muerte, más vale ante todo guardar silencio.
Los amigos de Job tuvieron esa decencia. Viendo a su amigo irreconocible a causa de la desgracia y del mal perverso que lo carcomía, permanecieron en presencia silenciosa cerca de él uniéndose con su silencio a ese espacio íntimo donde las palabras no tienen curso y donde las mismas lágrimas son vanidad y pérdida de tiempo.
”Fijando la mirada en Job, no lo reconocieron. Entonces, estallaron en lágrimas., rasgaron sus vestiduras y echaron polvo sobre sus cabezas. Permanecieron así durante siete días y siete noches. Ninguno de ellos le dirigió la palabra, ante el espectáculo de tan gran dolor” (Job 2,12-13)
La actitud de los amigos de Job es significativa, se comportan como buenos terapeutas:
- primero tienen corazón, un corazón que tiene sentimientos, emociones y se autorizan a expresarlos. Sus lágrimas no son fingidas, ni reprimidas. Existe en ellos ese asombro doloroso, esa compasión ante el sufrimiento de otro, el “desgarro de las vestiduras” simboliza las “convenciones sociales” en las que no podemos mantenernos cuando el dolor nos conmueve realmente;
- después está el silencio, esa presencia silenciosa al lado de la persona amada, esa escucha sin condiciones que permitirá expresarse a Job, decir su pena, su deseo de que todo acabe; le permitirá incluso blasfemar y maldecir el día de su nacimiento.
Sólo cuando la queja se hizo demasiado amarga y demasiado larga se permitieron responderle y quizás fue ahí cuando se mostraron menos buenos terapeutas. Sus interpretaciones, en lugar de aliviar el sufrimiento de Job, lo hundían aún más, pues no podían aceptar ese frente a frente con lo absurdo y la falta de explicación ante el sufrimiento.