El sufrimiento más insoportable es aquel al que no podemos dar sentido. Los amigos de Job y Job el mismo se enfrentan a ello y es por lo que se permiten todas esas “explicaciones”, esos “diagnósticos”, siendo todos ellos una búsqueda de causa posible a los acontecimientos que abruman a Job (la pérdida de su fortuna, después la pérdida de sus hijos, la pérdida de su propia salud y poco a poco la pérdida de la razón, de la paciencia y al fin de la fe que le permitía soportar la Prueba).
Los que acompañan en el sufrimiento o las diferentes escuelas terapéuticas y espirituales que quieren también darle sentido, se comportan a veces como “los amigos de Job”, con todo lo que tienen de bueno y noble en su actitudes, pero también de limitado e irritante en sus discursos, pues a menudo las explicaciones del mal y del sufrimiento se transforman en justificaciones o peor, en “acusaciones”.
Hoy se “explica”, a veces fácilmente como uno “se fabrica” un cáncer o cualquier otra enfermedad grave. Esta explicación no nos hace más responsables, sino siempre más “culpables”
Ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte no se trata de acusar, ni de lamentarse (¡qué cambia esto!), ni de hacer discursos, ni de dar explicaciones, pero quizás primero orar, si por orar entendemos esa actitud propiamente humana, de un ser que se interioriza en su fundamento interno para escuchar al otro a partir de ese mismo fundamento (de mi corazón a tu corazón), orar para prepararse a actuar y actuar de la manera más justa posible.
Esta actitud ni se aprende, ni se enseña, revela una cierta cualidad de ser, madurez de alguien liberado de sus preocupaciones narcisistas. Sin embargo, es posible “prepararse para actuar” y es en esta preparación donde puede situarse nuestro trabajo.
Se tratará no sólo de interrogarnos sobre lo, que las ciencias contemporáneas y un cierto número de prácticas clínicas tienen que decirnos sobre el tema, sino también lo que las grandes tradiciones de la humanidad, en su búsqueda incesante y sus esfuerzos para dar sentido a lo que, a primera vista, parece absurdo o inútil, pueden responder.
Todos tenemos una cierta imagen del hombre y de su fin, esta imagen o este “presuposición antropológica” proviene de la cultura, de la educación, de la religión en la que hemos evolucionado.
Esta presuposición, la mayor parte del tiempo, es inconsciente, es decir, que condiciona, a pesar nuestro, nuestra actitud ante el sufrimiento y la muerte y que, lo queramos o no, nuestra manera de acompañar a los moribundos. Nuestra reflexión consistirá en clarificar estas presuposiciones: en ser más libres, en reconocer también las de los demás, aceptarlas, entenderlas e integrarlas quizás en nuestros propios pasos.
Nos proponemos analizar cuatro grandes actitudes en el hombre ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Estas cuatro actitudes parecen distribuirse la humanidad; si aquí sólo podemos esquematizarlas, este esquema no puede hacernos olvidad la interrelación evidente que puede existir entre estas actitudes. No existe un modelo puro.
Primera actitud: común a las tradiciones budistas, pero que no es propiamente budista (la encontramos por ejemplo en el Qohelet en la biblioteca hebraica ).
En este contexto, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte están más o menos considerados como ilusorios, pertenecen a la condición de un ser relativo que llamamos generalmente “el yo” o “el ego”. Este ego no es más que un conjunto de huellas, memorias, proyectos y pretensiones cuya existencia no resiste al “análisis meditativo, riguroso y constante”.
Segunda actitud: la encontramos en el hinduismo, pero también en las demás tradiciones.
El placer, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte no son más que epifenómenos, encadenamientos causa-efecto (karma); con nuestras acciones podemos acentuar la tensión de estas cadenas (samsara) o por el contrario aligerarlas. Este aligeramiento provocado por nuestros actos positivos puede conducirnos a la liberación, una vida sin retorno, no condicionada por las trabas del tiempo y el espacio.
Tercera actitud: la encontramos en diferentes formas de humanismo ateo, tradicionales o contemporáneas, actitud que nos es familiar en occidente.
En este contexto el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son escándalos de los que hay que protegerse y liberarse a toda costa. La muerte es el final de la vida considerada como irremediablemente mortal, es la interrupción de un funcionamiento biofísico o neurofisiológico; no hay nada más que una relación aleatoria de nuestros átomos y el juego “sin reglas” de nuestras sinapsis; la agitación angustiada de nuestra materia gris puede producir algunas elucubraciones consoladoras que no valdrán nunca un buen remedio o la tranquilidad que nos da una “camisa de fuerza” química o de un buen coctel lítico.