Albin Michel 1991
legando a Estambul, caí gravemente enfermo. Después me dijeron que debí haber sido envenenado, pero no encuentro a quien acusar, sino a mí mismo, que en mi indiferencia, podía comer lo que quedaba en las calles después de un mercado y beber aguas que no brotaban de fuentes. Comía tan poco, que creo que fue en las aguas sucias del Bósforo que habría que buscar el microbio fatal. Me encontraron en la calle sin conocimiento. Viendo que era europeo me condujeron a un hospital donde todavía vivían médicos y enfermeros franceses. Después de los exámenes usuales, como un electroencefalograma, me declararon « muerto ».
No era el primero de esos jóvenes europeos que encontraban en ese estado. Droga, miseria, envenenamiento, daba igual, se les declaraba muertos enseguida y, si no tenían papeles, lo que era mi caso, no tardaban mucho en enterrarlos, lo que iba a ser mi caso. Decidieron, sin embargo esperar un poco y me instalaron en una habitación fresca y apartada.
Contar lo que viví entonces me parece bastante difícil ; primero porque con un electroencefalograma plano, ya no se piensa y también porque mi experiencia no tiene nada de original cuando se conocen los relatos de « near death experience », experiencias cercanas a la muerte, de los que se habla hoy. Me sigue sorprendiendo la abundancia de imágenes y de luz de estos rescatados de la muerte. Para mí fue más bien el vacío. Nada, pero confieso no haber conocido nunca un estado tal de plenitud semejante a ese vacío a esa nada.
Intentaré ser lo más honesto posible y describir con palabras lo que sé, fuera del alcance de las palabras. En efecto, los conceptos pertenecen al espacio-tiempo y se refieren siempre a « algo » o al mundo. Ahora bien, esta experiencia no fue vivida en nuestro espacio-tiempo y permanece fuera del alcance de los instrumentos forjados en esa dimensión.
Ante todo, “yo no quería morir”! Había deseado la muerte, me había preparado de muchas maneras, conscientes e inconscientes y, en el momento en que llegaba, yo decía no! Tengo miedo, y cuanto más digo no, más sufro… algo intolerable, una rebeldía de todo mi cuerpo, de toda mi psique, no! Y, ante lo ineluctable, lo intolerable sobre todo del sufrimiento, algo en mi se rompe, se hunde y al mismo tiempo acepta. Para qué luchar, sí, acepto…
En ese mismo instante del sí, todo dolor se desvaneció. No sentía nada o algo muy liviano. Entendí el símbolo del pájaro, que se utiliza para representar el alma. Yo seguía en mi cajita o en jaula, pero el pájaro ya extendía sus alas, emprendía el vuelo. Sensación de espacio “horizonte no impedido”, pero siempre la conciencia extremadamente viva, luminosa, que percibía al mismo tiempo en mi cuerpo y fuera de él. Luego, para retomar la imagen (inadecuada) “el pájaro salió de su jaula”, salió del cuerpo y del mundo que lo rodeaba. Pero el pájaro tenía todavía su conciencia de pájaro, autónoma y bien diferenciada de su jaula
El “alma” existe realmente fuera del cuerpo que informa y anima. Esto ha sido corroborado por muchos otros.
Y luego… ¿cómo decir? Como si el vuelo saliera del pájaro, un vuelo que continúa sin el pájaro y que se une al Espacio… Ya no hubo más conciencia, “conciencia de algo”, cuerpo, alma o pájaro : nada…
Pero ese nada, ese no-thing (no-cosa dicen mejor los ingleses) era el Espacio que contenía el vuelo, la jaula y el pájaro, esta vastitud contenía la conciencia, el alma y el cuerpo, no era nada en particular, nada determinado, informado. Eso era Nada, eso Es… Es todo lo que puedo decir.
Durante “ese tiempo” o mejor dicho durante la “salida de ese tiempo”, se preparaba mi entierro…
¿Que sucedió?
Recuerdo sólo un hombre que gritó en francés : “No está muerto!” Y comenzaron entonces las cosas desagradables para reanimarme. El vuelo volvió al pájaro, el pájaro bajó a la jaula, el pájaro sofocaba, no conseguía respirar, le pusieron en los pulmones “un aire que no era el suyo” le inyectaron en las venas toda clase de líquidos que no eran su sangre…
Cuando comenzó a gemir todo el mundo se sintió aliviado : “Está saliendo del coma”.
Traducción : María Luisa González