El decálogo: diez palabras para la paz
Preliminares a una revolución ética
Leyendo el libro de entrevistas del Dalai-Lama y de Stéphane Hessel “Declaremos la paz”, me preguntaba qué podría ser una “declaración de paz”. El libro no lo dice, pero da a entender que ésta no puede ser proclamada sin una transformación del espíritu de cuya posibilidad desde este mismo momento dan testimonio las neurociencias y las prácticas de meditación más antiguas y contemporáneas.
Esta revolución del espíritu (o metanoia) es ante todo una revolución ética, que puede ser apoyada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU 1.948) y la Carta de la Tierra (1.987).
La fuente de esta revolución ética, todavía por hacer, parece encontrarse en el libro del Éxodo, capítulo 20 y en el Deuteronomio capítulo 5; dos libros que pertenecen a la Biblioteca hebraica (la Biblia) y que serán retomados total o parcialmente en las bibliotecas del cristianismo (los evangelios) o del Islam (el Corán). ¿Podemos leer estas 10 Palabras como el inicio, el prólogo a una declaración de paz, inspiración o revelaciones que pueden conducir a una verdadera revolución, por la cual cambiarían los comportamientos violentos del ser humano con respecto a la tierra y a sus habitantes?
Se tratará en un principio de traducir estas 10 Palabras a un lenguaje de declaraciones y cartas contemporáneas dirigidas no a una humanidad abstracta sino a una persona en particular – esta persona puede ser un miembro de nuestra familia – o ese enemigo interior, esa dualidad que cada uno de nosotros lleva dentro. Descubriremos entonces la exigencia y el compromiso que implican semejante declaración de paz: la revolución que está por venir, es decir nada menos que la supervivencia de la humanidad que depende primero de una revolución ética, personal e interpersonal antes de ser internacional o interreligiosa. La paz entre todos depende de la paz entre nosotros (personas cercanas, próximas). La paz del “gran nosotros” depende de la paz entre yo y yo, la paz conmigo mismo y luego la de la paz entre tú y yo.
Decálogo de la paz
1 / 2 – Habiendo observado que la oposición entre religiosos y religiones está en el origen de los conflictos y las guerras más sangrientos, no quiero imponerte ningún dios, ningún ídolo, es decir, ninguna imagen o representación de lo Absoluto, y al mismo tiempo respeto cada una de los imágenes y representaciones de lo Absoluto que hayas podido forjarte a partir de tu experiencia, de tu pensamiento o de tu imaginación.
Respeto todas las “ideas” y todos los dioses y no adoro a ninguno de ellos – sólo lo Absoluto es Absoluto y es irrepresentable, inconcebible, incapturable, infinito… “Él Es lo que es”, “Él es Yo soy”, la libertad en cada uno de nosotros. Él Es lo Real que nos falta y que nos une. Él es lo invisible, el espacio entre nosotros, entre todos.
3 – Habiendo observado que es en el nombre de un Dios particular, impuesto como universal, o en el nombre de un Bien particular, impuesto como universal, que se ha podido oprimir y destruir pueblos y civilizaciones, renuncio a invocar a mi Dios o a mi imagen de lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno – contra ti, tu Dios y las imágenes de lo que consideras, según tu cultura y tu herencia, como los Verdadero, lo Bello y lo Bueno.
Declaro la paz posible entre nosotros cuando compartimos nuestra ignorancia más que nuestros saberes y experiencias de lo Infinito, siempre impresos de nuestra finitud. Prefiero el asilo de esta “docta ignorancia” compartida en los campos de batalla de nuestros “pseudo-conocimientos” impuestos.
4 – Habiendo observado el impase al que nos conduce la búsqueda del progreso y de la producción a cualquier precio[1], quiero poner límites a mi deseo sin fin de enriquecimiento y explotación.
Quiero concederme cada semana un tiempo de gratuidad y de reposo (Shabbat) ; esta gracia de paz y reposo, también quiero respetarla en ti. Parar juntos de hacer y producir, dar también a la tierra, a las plantas a los animales un tiempo de descanso y libertad, dejar de consumir para ir hacia una comunión con todo lo que vive y respira, pues el hombre no está hecho sólo para la acción y el trabajo, sino también para la contemplación, para la apertura desinteresada hacia todo aquello con lo que se encuentra: es en esta apertura donde descubre su esencia y el don del Ser que lo hace ser.
5 – Habiendo observado que los conflictos entre padre e hijo, madre e hija, hermanos y hermanas son el origen de los mayores sufrimientos y de las más íntimas violencias. Quiero hacer las paces/hacer la paz y honrar a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y hermanas. No hay paz para aquel que no se ha reconciliado con su familia y sus antepasados, es como un árbol que quisiera crecer sin honrar a sus raíces.
Hacer la paz con nuestros padres, estar en armonía con nuestros seres cercanos es una de las condiciones de nuestra salud, de nuestra felicidad y de la felicidad de todos.
6 – Habiendo observado que el crimen conduce al crimen y que a la violencia a menudo se responde con una violencia mayor, quiero ser libre del homicida que hay en mí y, antes de nada, reconocer su presencia. Antes de matar pasando al acto, puedo matar con el pensamiento, el desprecio y los juicios. Descubrir en mí el origen de todas las guerras: la no-aceptación del otro en su irreductible diferencia y el no-reconocimiento de la vida que nos es común, del Aliento que compartimos. Juzgar al otro es juzgarme a mí mismo; matar al otro es matar la Vida que somos juntos.
No matar ni en pensamientos, ni en palabras, ni en actos, es el gran ejercicio del hacedor de paz. Aceptar ser herido antes que ser homicida es participar de la fuerza indestructible y vulnerable del amor humilde, de la humildad del amor. Es ser vencedor sin víctimas ni vencidos, es conocer la paz, pero no como el mundo la da, es esa paz que busco y persigo contigo.
Habiendo observado que el crimen y la violencia nacen de un espíritu agitado, insatisfecho y envidioso, quiero calmar mi mente y considerar al otro y a la Tierra como a mí mismo, con dulzura…
7 – Habiendo observado que el adulterio es fuente de sufrimiento, de ruptura y de desorden que elimina toda paz del corazón y del espíritu, y que engendra a veces la venganza, el crimen y la calumnia. Habiendo observado que los placeres encontrados en el adulterio no tienen el valor de los encontrados en una pasión renovada sin cesar en el corazón de la fidelidad y de la confianza entre dos seres, quiero estar en paz con la persona que he escogido amar y con quien quiero compartir mi vida.
Si esto no es posible, podemos separarnos en lugar de sernos infieles. Hay que amarse para ser capaz de reconocer nuestra imposibilidad de vivir juntos y darnos el uno al otro nuestra libertad. No hay peor adulterio que engañarse a sí mismo o vivir en una ilusión. Ser fiel a uno mismo es la condición para ser fiel al otro. Sin esta fidelidad no hay paz en nosotros, ni entre nosotros.
Esta paz entre nosotros se alimenta de pensamientos, palabras, gestos y actos compartidos. Nuestra fidelidad se alimenta de la alegría y de la profundidad de nuestra comunicación recíproca. No se trata de ponerse la soga al cuello, sino de coronarse el uno al otro. Amar a alguien es renunciar a tenerlo, a poseerlo, a hacer de él/ella un haber. La paz es dos libertades que se inclinan la una ante la otra.
8 – Habiendo observado que no hay ni paz, ni seguridad para los ladrones y que el robo o la apropiación de los bienes ajenos lleva al odio, a la violencia y a menudo a la guerra, decido ser feliz con lo que poseo y hacer que fructifique. “Desea todo lo que tienes y tendrás todo lo que deseas.”
Habiendo observado también que “los bienes mal adquiridos nunca benefician” y que mantener lo superfluo cuando otros carecen de lo necesario es una forma de robo, prefiero ser menos rico y compartir lo que poseo con la paz en el corazón, en lugar de acumular bienes no necesarios con insatisfacción, angustia o miedo en el corazón.
Prefiero además ser generoso con el dinero que he ganado en lugar de ser generoso con el dinero que otros han ganado en mi lugar con su trabajo. La honestidad es el otro nombre de la abundancia y de la paz.
9 – Habiendo observado que las mentiras, las calumnias, y cualquier falso testimonio son el origen de muchos malestares y trastornos en uno mismo y en la sociedad, elijo decir lo que considero ser la verdad, es decir lo que está en conformidad con mi percepción: no pretendo saber qué es “la verdad”, intento ser verdadero, es decir intento no mentir.
En un último nivel, no mentir sería no servirse de lo mental, es decir, permanecer en silencio. Habiendo observado la dificultad para mantener mi mente en silencio, es decir, para no interpretar lo que me sucede, para no añadir construcciones mentales (pensamientos o imágenes) a “lo que es”, elijo callar lo más posible y ser lúcido cuando utilizo la palabra: “es la verdad, pero no toda.”
Abstenerse en cualquier caso de todo juicio sobre los demás, es decir de toda proyección de lo que considero como bien o mal, recordando la palabra: “Así como juzguéis, seréis juzgados.”
En cuanto al falso testimonio sobre cualquiera, es el comienzo del crimen: ¿cuántos murieron o desesperaron a causa de simples rumores? El dominio de la palabra, de las palabras y del lenguaje es sin duda difícil, pero sin este dominio no hay paz.
10 – Habiendo observado que la codicia de lo que hoy llamamos “el deseo mimético” es la raíz de todos los males, de todas las violencias y de todas las guerras, en lugar de desear poseer lo que el otro tiene, quiero más bien compartir lo que tengo y lo que soy; esto es una fuente de libertad y de paz.
Sólo por el don y la generosidad puedo liberarme de la codicia. Existir, amar, no a partir de mis carencias, sino a partir de mi plenitud, este es el secreto. Esta plenitud no nos falta nunca, es la presencia de “Yo Soy” en mí, “el Ser que es lo que Es y que me hace ser en este instante”, ese “Yo Soy” que es el origen del decálogo, la inspiración, el Espíritu de estas “diez palabras” que nos invitan a hacer la paz, las paces.
“Yo Soy” es la Vida, el Viviente, el Bienaventurado en el corazón del “mal-aventurado” que soy- el Ser en el corazón del yo, el centro inmóvil y en paz en el corazón del ciclón.
Habiendo observado que antes hay que experimentar Su presencia y Su beatitud en lo más íntimo de uno mismo para ser liberado de toda codicia, no pido más que acogerlo, ser “consciencia de ser Yo Soy”. La paz es alguien, un desconocido en lo más profundo de mí y de ti. Encontrémosle o dejémonos encontrar por Él. Todo lo demás nos será dado por añadidura.
La revolución que trae consigo la revelación de estas diez palabras es más radical e interior de lo que yo pensaba. No es sólo una revolución ética, se trata de una metanoïa (revolución del espíritu, conversión) esencial: cambiar de espíritu, de perspectiva, vivir no a partir de mi pequeño yo, sino a partir del Ser, o de la Conciencia infinita en quien tenemos la vida el movimiento y el ser.
(Faire la paix, Editions du Relié 2013, pag. 21 a 30)
Traducción Maria Luisa González
[1] Pasado un determinado umbral de desarrollo « el progreso » parece volverse contra sí-mismo, la medicina corrompe la salud, la escuela atonta, el transporte inmoviliza, las comunicaciones nos vuelven sordos y mudos, el flujo de informaciones destruye su sentido, el recurso a la energía fósil amenaza con destruir toda posibilidad de vida futura y la alimentación industrial se transforma en veneno (J.P. Dupuy, Por un catastrofismo iluminado, Paris, Le Seuil 2002, pag. 26)