Piedras o arena,ya sea del Ahaggar, de,l Asekrem, del Teneré, o del Sinai, el desierto siempre estâ en otra parte. ‘Otra parte que nos conduce a lo mâs intimo de nosotros mismos. También existen desiertos interiores. Ciertas personas viven esta experiencia en su propio cuerpo: la ve jez o la enf ermedad… Otras Ia viven en el corazôn de sus relaciones: desierto del deseo, del amor o de la soledad. En los desiertos de la inteligencia el mâs sabio choca contra la incomprension. Para cono,cer el mundo y conocerse a si mismo, hay que recorrer el desierto. Ahi estân igualmente los desiertos de la fe, el crepfisculo de las ideas y de los idolos inventados por el hombre para huir de sus interrogantes. Al evocâr estas experiencias, Leloup nos invita a desenmascarar los espejismos, a descubrir los milagros de la vida’ el instante, Ia alianza, Ia docta ignorancia y la fecunda vacuidad.
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